24 de febr. 2011

Taller de Tipografía. Tenerife 2011


Curso de introducción al diseño de alfabetos impartido en el marco de las actividades organizadas por «Cultura Visual», en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes), Santa Cruz de Tenerife. Días 18-19 y 20 de febrero 2011.
Una experiencia intensa de 20 horas repartidas en tres días de trabajo.



El éxito de un taller no se mide tan solo por los resultados obtenidos sino por la intensidad de la experiencia compartida.






El taller ha consistido en el desarrollo de un alfabeto.
Se ha partido del dibujo de la letra («lettering») como aproximación al diseño de tipografía y se ha generado la fuente en formato digital utilizando el programa FontLab.


Este ha sido un workshop en el que se ha aprovechado hasta el último minuto.
Veinte horas pasan rápido. A mi se me pasaron muy rápido. La gente trabajo duro. Creo que supieron aprovechar el tiempo.


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Una mirada particular a la Isla de Tenerife



Tenerife es un lugar muy bello a pesar de la enorme cantidad de turistas que la patean cada año. Por suerte estamos en temporada baja y es posible poder disfrutar de cierta tranquilidad, tiempo primaveral y buena gastronomía.
He podido recorrer la isla lo suficiente como para poder hacer una selección de aquellos lugares que merecen una especial atención. Hay que decir que se trata de una selección muy personal.



La zona norte es especialmente bella. Los paisajes agrestes del extremo Nordeste tienen el encanto de lo salvaje y lo sobrenatural. La carretera que recorre el bosque de Anaga hasta la aldea de Chamorga permite vistas a ambas vertientes de la isla. Merece la pena bajar hasta el pueblecito de Taganana y llegar hasta Roque de las bodegas, donde se pueden probar algunos de los deliciosos pescados del Atlántico: Dorada, Lubina, Petón, Abadejo... Durante los siglos XVII y XVIII en esta rocosa bahía se cargaban algunos de los vinos de la región en los navíos que viajaban rumbo a Europa.






En el otro extremo de la isla se repite el mismo esquema montañoso y agreste. Son rutas que están fuera de las carreteras principales y autovías. Llegar hasta allí supone un esfuerzo, pues las carreteras son estrechas, empinadas y con muchas curvas.
Merece la pena visitar el pueblo de Garachico, aunque hasta aquí llegan los autocares con turistas. Más allá de Guarachico la carretera llega hasta Buenavista y serpentea el macizo del Teno hasta llegar al mirador de Barracán. Las vistas del extremo noroeste son espectaculares. La carretera sigue serpenteando hasta Masca, sin duda uno de los pueblos más bonitos de la isla.






De la costa oeste cabe destacar Puerto Santiago y sus acantilados, llamados de «los gigantes» por su elevada altitud. Un paseo en barco te puede llevar hasta los límites para ver a las colonias de delfines y cetáceos marinos. Por suerte la temporada es baja y, aunque la zona debe de estar muy concurrida en temporada alta, he podido darme una vuelta sin demasiados agobios.






Si te va la marcha y la juerga, el sur es el mejor lugar para terminar con una buena resaca. Es la zona más turística y degradada de la isla. Está lleno de complejos turísticos, urbanizaciones, ... nada recomendable a menos que busques algo parecido a Benidorm o Lloret de Mar en sus peores épocas.



Lógicamente, una visita a la isla de Tenerife no puede terminar sin una subida al Teide.
Si el tiempo acompaña esta puede ser una de las experiencias más fantásticas de la estancia en la isla. Y así ha sido. Subir por la carretera que arranca desde La Laguna hasta El Portillo a primeras horas de la mañana te permite descubrir una faceta nueva de Tenerife. Sus bosques de pino y otras especies autóctonas por encima de las nubes. A más de dos mil metros de altitud la temperatura puede bajar más de 15 grados. Desde el mirador de Chipeque se ve la montaña en toda su magnitud. El Teide aparece cubierto por una leve capa de nieve sobre un cielo azul primavera. Es el regalo de la mañana. A partir de allí se entra en el Parque Nacional del Teide. Un lugar único y difícil de imaginar.




Pero parece que hoy todos los turistas de la isla se han puesto de acuerdo para subir. La cola para acceder a la cabina del teleférico es tan larga como la que hay delante de la Sagrada Familia en un día de puertas abiertas. Así que desisto de subir hasta arriba y decido patear por la zona. No me puedo imaginar a tres mil metros de altura con ciento cincuenta mil personas oliendo a crema solar. Ya habrá otra ocasión.




Merece la pena bajar hasta Guía de Isora para comer cerca del mar y regresar a Santa Cruz por el valle de la Orotava, con la caída de la tarde. La luz juega con los colores del terreno y hacen del Teide un lugar mágico.